Hemos crecido, pero seguimos queriendo jugar, a otros
juegos, sí, pero queremos jugar.
Por ocio, por diversión y para ganar. Jugar con uno mismo o
en pareja, jugar en tríos o en grupo. Con juguetes o usando la
imaginación, como siempre hemos hecho.
Como cuando éramos niños, porque ahora, con los años, hemos aprendido mejor lo
importante que es jugar.
Y, por raro que parezca, los gustos han cambiado, ahora ya
no nos gusta jugar a los “papás y las mamás”, ahora queremos jugar como niños,
revolcarnos en el barro, perder el sentido y la noción del tiempo. Vivir
aventuras nuevas cada día. Reír hasta que nos duelan los huesos y llorar de
gusto. Ahora queremos pasión, piernas, frenesí, besos de fresa, ombligos, manos
y pies.
Nos gustan las camas deshechas, los pelos revueltos y la
ropa arrugada. Nos apetece sentirnos, sudar y gritar. Somos una explosión sin
control, un torbellino.
Las “niñas de antes”, ahora quieren unas manos que les hagan
soñar y un pincel que les pinte por dentro. Vibrar. Volar muy alto. Sentir muy
hondo. Siguen siendo escandalosas, cómo no. Y saben bien lo que quieren.
Los “niños de antes”, ahora saben qué botón tocar para
encender la maquinaria. Pueden hacerte
subir y bajar con una mirada, sin hablar. Ahora aquellos niños se corren en
lugar de correr, ya no huyen de nosotras. Les gusta estar cerca, pegados,
dentro, encima, abajo.
Y aún así, a pesar de los cambios, todo empieza con el
antiguo “¿Tú juegas?”.
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