miércoles, 8 de enero de 2014

El agujero


El ser humano es curioso por naturaleza, nos gusta ver, mirar, observar atentamente, imaginar, incluso.
Tal vez nos guste más imaginar que ver, y es que la imaginación tiene más poder que la Iglesia en el Vaticano. A menudo, estamos imaginándonos en otras situaciones, con otras personas, en otros lugares…
Pero, sin duda, lo que más nos gusta imaginar es lo que hay detrás de lo que sí vemos. Nos gusta ese escote que acelera la imaginación, nos gustan los “calzoncillos paqueteros”, nos gusta la ropa ajustada, el verano, la piscina, nos gusta imaginar la mirada que hay detrás de unas oscuras gafas de sol, imaginar que nos miran, nos desnudan sin tocarnos, que nos guiñan un ojo picarón.
Imaginamos el orgasmo que tendrá aquella rubia de la camiseta roja que pasea por la plaza, o que aquel moreno musculoso nos rodea con su cuerpo desnudo. Imaginamos calor, sudor.
Imaginamos besos apasionados, piernas en alto.
Lo erótico tiene gran éxito porque deja camino libre a la imaginación y ésta puede hacerte estremecer sin manos.

El asiento de atrás


Lejos del ruido de los coches, donde las luces de la ciudad dejan paso a la intimidad de la luz de luna, en noche fría o calurosa, ¿Qué más da?. Nos gusta el asiento de atrás.
Y es que hay veces que, aún teniéndolo todo, queremos más. Más adrenalina, motivación, nerviosismo, intriga, impaciencia, ilegalidad, morbo… ¡Queremos asiento de atrás!
Porque el asiento de atrás tiene tanto de juventud, de noviazgo y de locura, que nos hace rejuvenecer, al menos, diez años. Los cristales empañados, los cuerpos fuera de control, el silencio de la noche hace que el único que guíe sea el latir del corazón.
Corazón que palpita, loco.  Voces entrecortadas que no dicen nada, que acompañan a movimientos bruscos y susurros. Dos cuerpos buscando la postura, un espacio que huele a sexo. Un coche, una noche y dos personas. ¡Cuántas historias puede contar el asiento de atrás!

Siempre nos ha gustado lo prohibido, lo público, la exhibición y la desinhibición.

Euphoria.




sábado, 4 de enero de 2014

¿Tú juegas?

Hemos crecido, pero seguimos queriendo jugar, a otros juegos, sí, pero queremos jugar.
Por ocio, por diversión y para ganar. Jugar con uno mismo o en pareja, jugar en tríos o en grupo. Con juguetes o usando la imaginación,  como siempre hemos hecho. Como cuando éramos niños, porque ahora, con los años, hemos aprendido mejor lo importante que es jugar.

Y, por raro que parezca, los gustos han cambiado, ahora ya no nos gusta jugar a los “papás y las mamás”, ahora queremos jugar como niños, revolcarnos en el barro, perder el sentido y la noción del tiempo. Vivir aventuras nuevas cada día. Reír hasta que nos duelan los huesos y llorar de gusto. Ahora queremos pasión, piernas, frenesí, besos de fresa, ombligos, manos y pies.

Nos gustan las camas deshechas, los pelos revueltos y la ropa arrugada. Nos apetece sentirnos, sudar y gritar. Somos una explosión sin control, un torbellino.
Las “niñas de antes”, ahora quieren unas manos que les hagan soñar y un pincel que les pinte por dentro. Vibrar. Volar muy alto. Sentir muy hondo. Siguen siendo escandalosas, cómo no. Y saben bien lo que quieren.

Los “niños de antes”, ahora saben qué botón tocar para encender la maquinaria.  Pueden hacerte subir y bajar con una mirada, sin hablar. Ahora aquellos niños se corren en lugar de correr, ya no huyen de nosotras. Les gusta estar cerca, pegados, dentro, encima, abajo.

Y aún así, a pesar de los cambios, todo empieza con el antiguo “¿Tú juegas?”.